By Lic. Angel Gomera
Trabajar en estos tiempos una cultura de paz en la sociedad es
un proceso muy complejo y hasta difícil en muchos casos, pero no podemos decir que
es imposible e inalcanzable, ya que crece la urgente necesidad de educar para
la paz,a pesar de que cada día son continuas y alarmantes las situaciones de
conflictos y controversias, originadas en el sentido de como se ha venido
degradando el convivir pacifico entre los seres humanos, ocasionado esto por
múltiples factores negativamente aceptados y que poderosamente están incidiendo
en la construcción de comportamientos que nos convierten en actores o
espectadores de estadios de actos violentos, trayendo estos como resultados
desasosiegos, incertidumbres, desesperanzas e inseguridades en la ciudadanía,
contribuyendo así, a generar el establecimiento de una cultura de violencia que
se hace eco en ciertos programas radiales y televisivos con lenguajes y
expresiones que se distancian de un buen comunicar; en un conducir inobservando
las normas del tránsito, sin reparos al sufrimiento que podamos causar, en
donde muchas veces no distinguimos los colores del semáforo; en unas redes
sociales que lejos de aprovechar sus
inmensas y valiosas ventajas, nos deslumbramos y compartimos hechos que hasta
escandalizan el corazón de las piedras; en un dejarnos convencer de que la mala
calidad es lo que vende, sin examinar, ni mucho menos detenernos a evaluar lo
toxico que podría resultar, esto lo podemos ver en ciertas músicas con letras
inexcusables, en vídeos juegos muy lejos del respeto a la vida, que se
constituyen en niñeras electrónicas para que los padres dejen de ser “molestados”
por sus hijos; en arrebatos emocionales que quitan vidas por un parqueo o por la
simpleza de un percance en el transito; en cierta impunidad que angustia el
alma de la justicia, en excesos de poder que generan impotencias y resabios; en
padres mutiladores del buen ejemplo y de la responsabilidad, cuyos actos
inducen a replicar en el mañana conductas indecorosas; en la contradictoria
encrucijada de exigir derechos sin cumplir deberes; en relativizar la vida sin
límites ni convicciones; en un vivir desenfrenado del presente sin pensar en el
futuro y cuestionar el pasado;en un “yo” imponente que ha perdido la vestimenta
impecable de la humanidad, fruto de un competir salvaje y sin juicio; etc., pero por el otro lado vemos
caras cada vez más aberrantes de descomposición humana y por el otro no cesan
los esfuerzos para institucionalizar mecanismos que protejan la humanidad de
las personas: ahí están, en un mismo tiempo y un mismo lugar, episodios
vergonzosos epítomes de la indignidad Lado a lado, en nuestra realidad conviven la
inhumana sordidez de la degradación social con la esperanza, el trabajo y los
esfuerzos para construir un futuro mejor. La realidad es así: un conjunto
complejo, contradictorio, de tonos grises alejado del blanco y negro que se
retrata con frecuencia el discurso político o la ficción.
La
violencia armada es tan real como lo es la corrupción en tanto violencia
incrustada en la sociedad y sus instituciones. Ahí están, sí, pero no están
solas: las iniciativas para aliviar el dolor, para reconstruir tejido social,
para fomentar convivencia, para instituir mecanismos no violentos de atención
de conflictos, para impulsar la educación para la paz, para recordar el valor
de la dignidad humana, para recuperar un sentido de comunidad, para restituir
la confianza de gobernados en gobernantes, para despertar un sentido de
responsabilidad, para abrir espacios de participación, para sembrar un sentido
de compromiso ciudadano y para devolver la mística profesional al servicio
público están ahí también.
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